Informe: La agonía del pensamiento de John Dunn

Por Fredy Ríos Cumilef

¿Hasta qué punto una gama de creencias –las concepciones de la política que se han desarrollado en el mundo occidental a lo largo de los últimos dos milenios y medio- ha permitido a quienes las sustentaban entender el mundo en el que vivían y el futuro que tenían por delante? Han cambiado muchas cosas de 1977. Pero la pregunta en sí no ha perdido nada de su carácter pertinente, ni de su urgencia. Para entender la política tenemos todavía que saber que resulta razonable que queramos, y por qué cosas resulta razonable que nos preocupemos, cómo es en estos momentos el mundo humano, , y por qué es como es, y cómo podríamos actuar para alcanzar lo que queremos procurarnos y las cosas que nos preocupan. Esto es lo que la teoría política intenta mostrarnos. ¿Hasta qué punto está bien equiparada para semejante tarea?

Los editores de Cambridge University Press decidieron en 1993 hacer accesiblemente nuevamente el libro de John Dunn Western Political Theory in the Face of the future, publicado originalmente en 1979, y además lo han traducido audiencia de habla hispana, edición que aparece en 1996. El párrafo citado arriba parece expresar el razonamiento justificador de Dunn para reeditar un libro escrito hace casi veinte años –veinte años, por lo demás, particularmente accidentados en términos políticos e ideológicos. He extraído estas palabras de un nuevo prólogo añadido por Dunn. Además, ha incluido un nuevo e interesantísimo capítulo por completo a manera de conclusión.

 Siempre se marca un hito cuando un autor de reconocida trayectoria reflexiona sobre el sentido de su disciplina en forma muy general. Es esto lo que nos ofrece John Dunn en este libro. Dunn es una de las voces más importantes e influyentes de la teoría política contemporánea anglosajona, tanto por ser impresionante, prolífico como por su asombrosa versatilidad. Pero el ser prolífico y versátil no le ha impedido ser una de aquellas pocas fuentes en el presente académico de la teoría política de una voz, de una visión de lo político particular a sí. En la agonía del pensamiento político occidental tenemos el privilegio de presenciar en pleno funcionamiento y desarrollo la mente de un gran pensador de lo político intentando entenderse a sí misma. Dunn explicita esta característica de su libro cuando nos dice en el Prefacio a las edición de 1979 que lo escribió “… en primer lugar para aclarar mis propias ideas. La pregunta a la que he tratado de darme respuesta a mí mismo es sencillamente la de si tienen sentido mis propias concepciones del valor político y las posibilidades políticas”

Liberalismo

El capítulo dedicado al liberalismo reseña los componentes principales del ethos liberal, entre los que se encuentran: “racionalismo político, hostilidad hacia la autocracia, disgusto cultural por el conservadurismo y por la tradición en general, tolerancia”. Pero resulta particularmente interesante el análisis que Dunn ofrece del individualismo, término tan abusado en nuestro medio. Resalta la conceptualización del individualismo, entre otras, más mecánica y sociológica que tiende a reducir “la naturaleza humana a un flujo de deseos intrínsecamente carentes de sentido y autorreferentes”. Estas dos versiones del individualismo conviven incómodamente en el liberalismo contemporáneo. ¿Cómo valorizar la individualización del sujeto, si al mismo tiempo se le concibe como el mero entrecruce de deseos y apetitos sin sentido? El liberalismo tiende entonces a despolitizar la individualización, acorralándola al ámbito de lo puramente privado. La esperanza, trágicamente ingenua, del liberalismo es que la vida privada de los ciudadanos de una sociedad liberal se constituirá en un universo de autogestación, que una sociedad compuesta por sujetos que en su condición sociológica no son más que una conjunción de impulsos más o menos racionales, pueda combinar efectivamente una organización sociopolítica relativamente pacífica y ordenada con la promoción de individualidades, en lo privado, relativamente autónomas y dignas de, si no admiración, al menos respeto. La hegemonía del liberalismo en el panorama político mundial acentúa aún más la distancia entre las demandas conceptuales de sus valores y las exigencias prácticas de su organización política y económica. De hecho, los ideales de la teoría liberal, según Dunn, están bastante desapegados de la realidad de las democracias de nuestro tiempo y la indudable oquedad del universo interior del individuo medio contemporáneo es un lugar de alerta con respecto a este desapego.

Similarmente, la superviviencia de hecho de los nacionalismos no han encontrado como respuesta por parte de la teoría política tradicional más que (en muchos casos, desaforados) vituperios de la irracionalidad, que tienden a ser igualmente, si no más, irracionales que los mismos nacionalismos. Como indica Dunn, los nacionalismos, en general, no dan voz a demandas más amorales o irracionales que la demanda de autopreservación. De esta manera, claro está, el nacionalismo deja en evidencia su trivialidad intelectual y normativa, trivialidad que, sin embargo, no disminuye la seriedad de los embates que ciertos grupos culturales han recibido. El conflicto puesto en evidencia por la persistencia de los nacionalismos se refiere más bien al contraste entre un mundo cada vez más integrado (la muy mentada globalización) y la demanda de protección de intereses culturales, políticos y económicos locales. La irracionalidad o inmoralidad de los nacionalismos sólo se refieren a los intentos de “imponer estos intereses con daño directo a los intereses de otro”. Este reconocimiento del conflicto entre el nacionalismo y la integración mundial se hace ineludible al observar la debilidad que aún caracteriza a una de las demandas más evidentemente globales y urgentes del presente: la protección de nuestro hábitat. Ninguna teoría política ha sido capaz de solventar esta incongruencia tan patente.

Estas insuficiencias de la teoría política contemporánea para estrechar la distancia entre las figurar conceptuales del pensamiento político occidental y la realidad, llevan a Dunn a considerar el ámbito que casi por definición intenta transformar lo real en ideal: la revolución. Pero el problema central de toda teoría revolucionaria es formular un futuro posible que legitime la destrucción, o al menos, la alteración profunda y dramática del presente. Como ya se habrá supuesto, Dunn considera que no existe ninguna teoría política que nos provea de un futuro creíblemente superior al presente. En estas circunstancias no es más que irresponsabilidad promover cambios revolucionarios, no obstante, la credibilidad del juicio respecto de la pobreza del contenido ético de la organización económica y sociopolítica del mundo actual.

Dada esta circunstancia, Dunn siente la obligación de hurgar en la teoría política occidental para descubrir elementos que nos permitan vislumbrar maneras en las cuales deberíamos ver y sentir nuestras propias vidas. “Es un hecho palmario”, dice Dunn,  “que hoy no sabemos lo que estamos haciendo”, y el rol de la teoría política hacia el futuro debería ser el de sugerir, simplemente, maneras de vivir en forma más sensata. El diagnóstico de Dunn, sin embargo, es que la teoría política académica se ve sumida en el presente en un profundo desconcierto con respecto a las posibilidades de reinterpretar sus principios como para solventar esta situación. Pero más descorazonador aún es la noción de que en realidad la teoría política “como recurso relativamente integrado para hacer la historia se encuentra posiblemente en estos momentos en su apogeo”, y es precisamente en su apogeo que es incapaz de proveernos de concepciones desmitificadas de la realidad, y de alternativas para “hacer que el futuro sea menos sombrío”. Esta desmitificación no se remite a una descripción descarnada de los verdaderos intereses (poder, dinero, ambición o cualquiera de los equivalentes pertenecientes a una típica lista de motivaciones amorales) de los seres humanos, ya sea individual o colectivamente: Ver la importancia causal en política de las percepciones y los sentimientos morales y espirituales no es necesariamente verlos de una manera sentimental. La forma en que los seres humanos ven y sienten las cosas es en sí un hecho del poder, y por tanto constituye un costreñimiento en la lucha misma por la riqueza y el poder, o un recurso dentro de esa lucha” Lo que sí requiere esta desmitificación es la aclaración de las seguridades “nebulosas, pero porfiadas” que la teoría política ha pretendido, e insiste en pretender, ofrecer. Se entiende que un componente ineludible de esta aclaración es el reconocimiento de estas nebulosas como tales. No es la menor contribución de la agonía del pensamiento político occidental el describir, ahora sí descarnadamente, estas nebulosas. Dunn insiste en que la circunstancia presente requiere nada más ni nada menos que una reorganización drástica y efectiva de sus principales elementos, pero no encuentra en la teoría política contemporánea ninguna indicación de cómo se podría llevar a cabo esta reorganización. 

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