Crónica sobre el movimiento estudiantil 11′

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Por Fredy Ríos Cumilef

La historia comenzó el otoño del 2011, cuando estudiantes de enseñanza media y universitaria  se impusieron el sueño que quedó postergado desde la “revolución pingüina”, el sueño de la educación libre, de calidad y gratuita. De ahí, hasta el día de hoy, los jóvenes siguen desde las calles y las mesas de diálogo tratando de hacer entender al gobierno que la “educación es un derecho, no un privilegio”.

Tomas de liceos y universidades, además de manifestaciones en las avenidas principales de las ciudades comenzaron a llamar la atención de la sociedad chilena entera, medios de comunicación empezaron a darle más cobertura a miles de jóvenes que reclaman un cambio de raíz en la educación. Hoy en día, a más de seis meses movilizados, los estudiantes siguen con más fuerza que nunca reclamando lo que el gobierno de Sebastián Piñera ha negado tajantemente: una solución al conflicto, es decir, la gratuidad y el fin al lucro con recursos fiscales.

El movimiento social-estudiantil ha dado para todo: una “besatón” al frente del Congreso de Valparaíso, un baile al estilo de Michael Jackson al frente del Palacio de la Moneda, una burla masiva al frente de la municipalidad de Santiago en contra del alcalde Pablo Zalaquett y tantas otras cosas que quedarán para la historia han sido parte de las manifestaciones pacíficas de los “indignados” estudiantes chilenos.

Camila Vallejo, una bella dirigente estudiantil, sin duda, se ha robado el corazón de más de alguno. La joven, militante del Partido Comunista, ha sabido liderar con audacia el movimiento estudiantil. Medios de comunicación de todas partes del mundo la señalan como una verdadera revolucionaria.

Sin embargo, no todo ha sido paz y amor durante estos meses, la represión policial ha sido el punto negro, el exceso de violencia por parte de Carabineros en la calle y en las comisarías, el uso de gases tóxicos para disuadir a los manifestantes en cada protesta. No ha sido nada de fácil para los cientos de miles de jóvenes que salen a marchar  por un derecho tan noble como lo es la educación de calidad. Aún recuerdo ese 4 de agosto, cuando Santiago estaba nublado, pero no por razones del tiempo, sino porque el abuso del gas lacrimógeno se dejó sentir en la capital. “Desde las oscuras épocas de la dictadura que no había un Santiago en Estado de Sitio” me dijo una señora.

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